Cuando pienso en mi infancia, siempre vienen a mi mente aquellos momentos que pasé junto a mis abuelitas. Cada vez que pienso en ellas, se dibuja en mi rostro una sonrisa, pues sólo me acuerdo de cosas buenas.
En vacaciones mi hermana mayor y yo íbamos a Guatemala y nos quedábamos con la familia de mi mamá. Eran los tres mejores meses del año, ya que a mi hermana y a mí nos encantaba que nuestras abuelitas maternas nos consintieran constantemente.
En Guatemala, nos quedábamos durante el día con nuestra bisabuela, a la que cariñosamente llamamos abuelita “Chela”, pues se llama Graciela. En las noches, nos quedábamos en casa de nuestra abuela, ella también tenía un sobrenombre: le decíamos abuelita “Shu Shu”. Porque a la hora de dormir nos cantaba una canción que decía: “Shu Shu mis nenas”.
Nuestras abuelitas hacían de todo para mantenernos ocupadas, divertirnos y, sobre todo, hacer de nosotras unas niñas muy educadas: “hija, a los vecinos hay que saludarlos” o “hija, si usted dejó eso tirado, recójalo”. Nos corregían con tanta delicadeza que nunca nos dimos cuenta de que en el fondo eran regaños.
Los fines de semana nuestra abuelita “Shu Shu”. Siempre nos llevaba a pasear: al zoológico, al matiné, al museo o a algún parque para niños, incluso ir al mercadito era una aventura. Siempre la pasábamos muy bien. De regreso a casa, nos compraba dulces típicos, entre ellos, las deliciosas canillitas de leche.
Durante el año escolar, visitábamos en ocasiones a nuestra abuelita paterna. Ella siempre nos tenía regalos; les decía “tonteritas alzadas”. Pero siempre nos las daba cuando ya nos íbamos.
Mi abuelita paterna se llamaba Ana Dolores, todos le decíamos con gran afecto abuelita “Lolis”. Cuando la visitábamos, siempre nos compraba pan dulce, gaseosa, tamales y marquesote. Nos gustaba mucho ir a su casa, pues la queríamos bastante y además nos consentía siempre.
Algunas veces la abuelita “Lolis” tenía en su casa miel de abeja recién traída de la finca de mi papá. Ella sabía que a mí me encantaba saborear la panela y por eso siempre me guardaba un pedazo. Me sentía muy feliz al tomarla entre mis manos, olerla y saborearla poco a poco. Siempre que la comía, me llenaba la blusa con gotas de miel y me empalagaba, pero valía la pena.
Al pensar en mi infancia, tengo muy presente a mi abuelita paterna, pues son los recuerdos lo único que me queda de ella. Fueron buenos momentos los que pasamos pudimos compartir. No fueron muchos porque no la visitábamos muy seguido. Al recordarla, siempre veo a esa persona que sabia sonreír con la mirada, a esa persona que nos llevaba a misa cuando podía y, que en una ocasión, cuando tomé algo que no era mío, me dijo que no había que ser “amigo de lo ajeno”.
Ahora, todo ha cambiado. Ya no somos sólo mi hermana y yo en casa. Ya no vamos tan seguido a Guatemala. Ya no podemos ver a la abuelita “Lolis”. No como antes. Si algo puedo asegurar de mi infancia, es que aquellos tiempos fueron muy buenos y espero no olvidarlos nunca.
3 comentarios:
Awww la foto, ¡que linda!=)
los recuerdos de la infancia son los mejores tosoros, que podemos tener
Ani, que linda la fotooo!:)Awwww!!
Me gusta este escrito porque habla de seres importantes para vos. Es muy melancólico acordarse del pasado;pero, a la vez, es bonito y más aún cuando son recuerdos tan especiales.
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