lunes, 29 de junio de 2009

Anhelo



Tengo entre mis libros, escondido en algún lugar, un viejo álbum de fotografías. En ocasiones cuando quiero distraerme un poco, lo tomo entre mis manos y, al ver cada una de las fotos, me escapo de la realidad por un instante, para revivir esos momentos que alguien tras un “sonrían” dejó plasmar por la luz en el papel.

Me gusta pensar que cada retrato es un portal por el cual puedo transportarme a lugares y situaciones pasadas, que quisiera revivir. Considero que hay, en cada imagen algo mágico que me hace recordar con infinidad de detalles todos esos instantes que quedarán por mucho tiempo grabados en el pedazo de papel que los sostiene. Aquellos momentos que puede que se escapen de mi mente por un tiempo, pero que al mirar cada fotografía, regresarán a mí para que pueda reconstruirlos con claridad.

Sin embargo, en mi antiguo libro de fotografías, hay una foto en la que me muestro muy feliz, pero al verla no quiero transportarme hacia ese momento. No quiero viajar por ese portal, aunque odio más aún quedarme en la realidad. Me disgusta el acordarme de ese corto instante en el que fui muy feliz, porque me hace darme cuenta de que en realidad hay algo que me falta, algo que evita que mi felicidad sea totalmente plena.

En la imagen hay una niña al lado de un hermoso piano negro, el instrumento que ella esperaba tocar algún día; en el que, la noche de la foto, una pianista inglesa había interpretado con tanto amor, pasión y gracia, una famosa sinfonía. La niña quería llegar a ser como esa joven de cabellos largos y castaños con la que posó junto al objeto que tanto amaba. Soñaba con ser algún día como esa muchacha que ponía todo su ser y que se entregaba con tanta fuerza y cariño a cada tecla. Ese piano. Esa música. Todo lo que la pequeña quería está en esa fotografía. Todo lo que yo quería está grabado ahí.

Por eso, cada vez que veo ese retrato, un aire helado corre por todo mi cuerpo y me hace recordar el momento triste, casi eterno, y catastrófico en el que mi mundo se vino abajo, el momento en que supe que no habrían más lecciones de piano porque mi hermana ya no quería asistir a las clases de violín. Al ver la imagen recuerdo cuando mi hermosa y adorada madre nos comunicó que no habrían más sesiones de música, y que ambas aprenderíamos natación.

Quizá por eso tengo mi álbum escondido, a propósito, porque no quiero encontrarlo con frecuencia. No quiero toparme con esa imagen, pues sé que me da miedo trasladarme a ese “sonrían”. En esa foto está el anhelo que recuerdo con frecuencia y que a veces quisiera simplemente olvidar. Estaba pequeña como para luchar por mi sueño temprano. El llanto no fue lucha suficiente. En cambio, perdí parte de mi infancia haciendo algo que nunca ame tanto como amaba mi deseo de dedicar tardes enteras a tocar aquel instrumento de teclas maravillosas.

Cada vez que veo esa colección de fotografías, evito a toda costa aquella etapa de mi vida: “Las nenas en el Zuzuki, marzo del 94”. Intento evadir la imagen de la niña junto al piano y la pianista. Trato de ignorar esa foto que no hago pedazos porque entonces destruiría el recuerdo de uno de mis sueños. Anhelo que a pesar de no haber sido consumado, sigue y seguirá siendo mi ilusión.

1 comentario:

Zaldaña dijo...

Me parece un poco triste este texto. Pero, aún así, me gusta mucho. Piemso que debés darte por vencida. Sos joven ani y todav{ia tenes tiempo de aprender lo que realmenete te gusta.
PD: no vayas a romper la foto.